La luz naranja




Nunca he sido muy viajero. Así que no tengo demasiados recuerdos de lugares exóticos ni de aventuras memorables.
Éstos días, en los que intentamos aferrarnos a recuerdos que tal vez nos reconforten, dudando de cuándo podremos volver a hacer 
cosas que hasta ayer parecían irrenunciables, yo elijo una tarde de agosto de 2013 en la playa de Caparica, cerca de Lisboa.

Justo a la hora que el sol, ya bajo, tiñe el cielo. Oscureciendo el color del mar. El azul cede para que el naranja lo invada todo. 
Ese momento en el que el verano parece eterno. Aún no huele a septiembre.
Kilómetros de playa a izquierda y derecha. Ni rastro de edificios. Y en el horizonte Nueva York, que tonto.

Las gaviotas toman en grandes manadas la arena. Confían en comer algo de las barcas de pescadores que van llegando a la orilla. 
Los bañistas ya se han ido pero nosotros seguimos allí fascinados por el espectáculo. 
Como un niño en la plaza del Pilar, Irinel no puede dejar de perseguirlas. 
El recuerdo de aquella tarde, es mi bálsamo para estos días. Así que cuando me ponga la mascarilla, voy a pensar en Caparica.


La carpeta de imágenes quedó dañada. Sólo conservo algunas fotos de aquel día.





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